PRIMERO EXPLORO, DESPUÉS SIENTO, LUEGO CUIDO.
Promover prácticas de cuidado ambiental en nuestros entornos es una actitud y un estilo de vida. Podemos tener hábitos y rutinas, como las ya más que clásicas que reducir los envases de plástico, separar residuos, reutilizar o recoger basura cuando la encontramos en espacios naturales, etc. Sin embargo, muchas veces pretendemos adherirnos a estos hábitos o que nuestros hijos e hijas lo hagan sin antes haber pasado por la fase de “maravillarnos”. Desde mi punto de vista es empezar a construir la casa por el tejado. Lo planteo de otra manera, ¿por qué alguien iba a querer emplear su energía en cuidar algo que no le interesa o que no valora? La respuesta es sencilla: porque es lo que hace todo el mundo, porque hay castigo y estigma social si no lo haces o porque es “lo que toca”. Aunque muchas veces esos hábitos saludables se consiguen en gran parte debido a estos métodos, ¿es lo que en raíz queremos para nuestra infancia? ¿Queremos que lo hagan por una inercia social o preferimos que sientan en profundidad la necesidad de adquirir esos hábitos?
Desde que nacemos pasamos por muchas fases evolutivas, a través de las cuáles desarrollamos unos u otros intereses, tenemos unas u otras necesidades y adquirimos nuevas habilidades y valores. En cada una de ellas la educación ambiental debe estar presente y ser transversal. Partiendo de la base de que el ser humano es naturaleza, forma parte del reino animal, se provee de recursos naturales e interfiere en el desarrollo de los ecosistemas, debemos entender esa educación ambiental como algo inseparable del desarrollo humano. Normalizar que somos parte desde el mundo emocional y conectar con esa sensación de unidad.
La naturaleza además es tan compleja como sencilla, nos ofrece múltiples posibilidades y está a nuestro alcance aunque vivamos en una ciudad. Quizá explicar a los dos o tres años por qué es bueno separar residuos y qué sucede si no lo hacemos, sea demasiado (aunque a día de hoy ya hay recursos más que suficientes a los que acudir), pero sí podemos, sin embargo, estimular que nuestra infancia se sienta parte del todo y conecte en esencia con sus entornos.
Por eso la propuesta que traigo es estimular, mediante el juego adaptado a cada etapa, la exploración como estrategia de maravillarnos con lo que vemos, sentimos y existe. Si promovemos esa actitud, estimulamos un estilo de ser y estar que en la infancia ya es natural de por si, sin coartarla o censurarla. Facilitando que esa exploración sea segura, englobe los sentidos y las emociones, estaremos entonces validando la dimensión más instintiva y natural con la que nacemos. Podremos sentirnos parte de los procesos y ciclos naturales, entenderlos mejor, aprender cómo funcionan y, por lo tanto, llegar a entender qué necesitan para conservarse. Ya desde ahí, empezar a adquirir hábitos en los que creemos desde la raíz, no solo desde la razón.
SI, TODO ESTO ESTÁ GENIAL, PERO POR DÓNDE EMPIEZO
Para bebés usa música relajante con sonidos de naturaleza, sal al exterior, estimula el olfato con diferentes olores de flores, plantas o especias, juega con el tacto y con diferentes elementos naturales (plumas, arena, musgo, agua, hierba…).
Para cuando crecen un poco y ya se mueven, deja que sienta diferentes texturas y olores bajo su cuerpo, si tienes la posibilidad climática evita zapatos o zapatillas, usa juegos sensoriales con elementos naturales y permite que interactúe con el medio.
Verás que tienen ese instinto de explorar innato que muchas veces es limitado por nuestros propios miedos. Deja que lo desarrolle en lugares seguros que te produzcan tranquilidad y así disfrutar de ese momento juntos. Observa las emociones que le produce cada nuevo paso, cada nueva cosa que ve, cada sonido y cada olor. Sus expresiones serán tu hoja de ruta.
Para más adelante: pinturas de cera de abeja sobre diferentes soportes (maderas, papel, cartón, hojas secas); una cajita de tesoros que pueda manejar, sacar y meter elementos de la naturaleza y manipularlos (cantos rodados, flores, hojas, corteza, palos de agua con semillas…), pintar con hielo de colores (usa colorante alimenticio para dar color a los cubitos de hielo) en verano también es una actividad muy divertida, jugar a buscar cosas o contar cuentos sobre los procesos naturales que os rodean, hacer vuestra propia plastilina con harina, agua, sal y colorante o jugar con la tierra y el barro.
Verás que tienes más herramientas a tu alcance de las que piensas. Creando esas dinámicas en familia, no sólo estimularás la conexión de las y los pequeños con la naturaleza, sino que conectarás con la tuya propia a través de sus ojos y, de esa manera, dinamizareis una creatividad común en la que, con el tiempo, los hábitos de conservación no salgan de la teoría, sino que serán parte normalizada en vuestro día a día, como el ser humano es parte de la naturaleza. Normalicemos esto último y no nos pesará cuidarla.
Olalla es madre, viajera y amante de la naturaleza. De profesión educadora social y ambiental emprende junto con su familia un estilo de vida en movimiento. Una crianza de presencia y en contacto con la naturaleza es la prioridad. Elaboran materiales educativos para explorar entornos en familia como el kit de exploración y dan prioridad a los procesos creativos. Puedes encontrarlos en @babyvanblog o en @Olajui, proyecto personal de Olalla, que aborda creatividad y autoconocimiento a través de la escritura.
Si estás interesada sobre educación ambiental no te pierdas el artículo sobre Como reducir la huella ecológica en familia.
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